El Cuento de Terror

La excursión

Daniel estaba muy inquieto. Iba de excursión escolar a un pueblo sin mucho que ofrecer. El camino era pedregoso y todos saltaban al son de las piedras. Empezaba a sentirse mareado cuando, al fin, divisó la entrada. «Bienvenidos», rezaba un letrero estropeado que colgaba a un lado del viejo arco de entrada. Observó una larga calle desolada, bordeada de casas abandonadas, en las que solo se distinguía una línea horizontal roja a mitad de las paredes. Sintió escalofríos. El autobús se detuvo frente a lo que en algún momento fue una plaza central. De acuerdo con el relato de los guías, se trataba de las ruinas de una antigua zona industrial. Una de las torres llamó la atención de Daniel: parecía la más antigua y, sin embargo, una luz intermitente salía a través de una de sus ventanas. Todos se dirigieron a la antigua iglesia, pero Daniel se separó del grupo para investigar el origen de la luz. Se adentró en un laberinto maloliente y oscuro, de pasillos y escaleras que conducían a la habitación desde donde salía aquella luz, casi en el último piso del edificio.
Se encontró frente a una puerta entreabierta. Logró ver el reflejo de la luz y luego oyó un tictac como de reloj. «Hay algo o alguien allí adentro», pensó Daniel y sintió en su cuello un soplo frío y extraño. Se armó de valor y abrió la puerta. No había nada. Dio unos pasos al interior de la habitación y la puerta se cerró violentamente tras él. En ese momento, todo cambió. En la ventana había un niño asomado, gritando y pidiendo ayuda, y, en un rincón, se encontraba un hombrecillo que reía mientras apagaba y prendía una lámpara. Cuando la lámpara se encendió, vio un reloj detenido y el rostro envejecido del hombrecillo, con unos pocos dientes amarillos, enormes garras en las manos, los pies descalzos y un harapiento atuendo. Daniel intentó gritar, pero su voz no salió. En ese momento, el niño lo miro y corrió hacia él pidiéndole ayuda.

—¡Ayúdame! ¡Sácame de aquí! —pedía, atropellando las palabras y apretándole los antebrazos—. ¡No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero no he visto a nadie más! ¡Sácame de aquí! Daniel no reaccionaba. El niño le dio una bofetada para hacerlo volver en sí. Daniel despertó de un salto. Estaba de nuevo en el autobús, iban de regreso a la escuela. Afortunadamente, solo había sido una pesadilla. Levantó las mangas de su chompa y observó unas marcas en su antebrazo que parecían dedos.

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