El emprendedor chileno Leiva estaba ahogado en deudas hace menos de dos años. El monto de esa deuda, el equivalente a 12 mil dólares, era más de lo que su salario en una compañía de transporte le alcanzaba para pagar. Motivado por la misma desesperación, resolvió invertir los 6 mil pesos chilenos con los que contaba —cerca de 10 dólares en aquel entonces— en un negocio de emparedados. Literalmente, lo primero que se le ocurrió.

Salió a venderlos a la calle, venciendo su propia vergüenza. Leiva encontró un nicho entre los transeúntes del centro de Santiago. Gente con prisa, hambrientos, con ganas de comer algo saludable y sabroso a un precio razonable. La idea de los uniformes, con los delantales y sombreros de cocinero, le dio el toque de imagen que ayudaría a su mercado a identificarlo.

Ahora su empresa le da trabajo a 21 personas y ha hecho la transición de comercio ambulante informal a marca registrada y regularizada. Todos los días, los empleados se reúnen a las cinco de la mañana para preparar los emparedados gourmet con ingredientes frescos y salen a venderlos a la calle con su característico uniforme.