El regreso del brujo

Para Jesús Jiménez, el cielo nocturno está lleno de azules y violetas; una rosa se tiñe de dorados y celestes; un camino de piedra es un arco iris de anaranjados, amarillos, verdes, azules y rojos pálidos. Jesús tiene “supervisión”, o tetracromatismo, una rara característica con la que nació que le permite ver casi 100 millones de colores. Las personas con visión normal, en cambio, distinguen solo un millón. Me encontraba sin trabajo desde hacía meses, y mis ahorros estaban próximos al agotamiento. Manuel Fonseca había puesto un anuncio pidiendo un secretario y yo le había escrito solicitando el puesto. Entre otras cosas, se necesitaba conocer el árabe y, por fortuna, yo conocía esa lengua. —Creo que se quedará usted, señor Valencia —dijo, tras algunas preguntas—. Pero necesito que esté disponible en cualquier momento. Así que deberá vivir conmigo. Véngase esta misma tarde, Jaime. Volví a mi alojamiento, recogí mis cosas, y una hora después estaba en casa de mi patrón. —Estoy investigando acerca de la hechicería. Es un campo realmente fascinante. Sus conocimientos del árabe me serán de mucha ayuda —me dijo. Me pasó un libro de Láinez escrito en árabe y, con tensa expectación, me pidió que lo leyera. Lo hice: —“Es sabido por muy pocos que la voluntad de un hechicero muerto puede levantarlo de la tumba y hacerlo ejecutar cualquier acción. Hay casos en que el brujo ha, incluso, levantado los miembros de un cuerpo cortado en muchos trozos, haciendo que cumplieran su fin. Pero siempre, después de haberse cumplido la acción, el cuerpo vuelve a su estado anterior.” De pronto, oí un ruido en el pasillo, parecía que alguien se escabullía por las escaleras. El desconcierto de mi patrón fue evidente. Escuchó con temerosa atención hasta que el sonido se alejó. Luego, sin más palabras, se levantó del asiento y se dirigió a su habitación. Esa noche casi no pude dormir. Tenía la fuerte intuición de que algo realmente macabro ocurría en ese lugar. A la noche siguiente, Fonseca depositó ante mí un paquete de hojas manuscritas para pasarlas a máquina. Me encontraba en plena tarea cuando, de pronto, alguien tocó la puerta. Fonseca, aterrorizado, se hundió sin fuerzas en una silla. En su rostro se reflejaba un pavor casi demencial. Cansado de no saber lo que ocurría, abrí la puerta de golpe. Ahí vi con horror una mano humana huesuda, azulada, que había sido cortada por la muñeca. ¡El infame miembro se movió para que no lo pisara! Y al seguirla con la mirada, vi que había otras cosas más allá: un pie humano y un antebrazo. No me atreví a mirar lo demás. Todo se alejaba horriblemente, en macabra procesión. Para Jesús Jiménez, el cielo nocturno está lleno de azules y violetas; una rosa se tiñe de dorados y celestes; un camino de piedra es un arco iris de anaranjados, amarillos, verdes, azules y rojos pálidos. Jesús tiene “supervisión”, o tetracromatismo, una rara característica con la que nació que le permite ver casi 100 millones de colores. Las personas con visión normal, en cambio, distinguen solo un millón.

Mientras que el tetracromatismo es relativamente común en animales (algunas especies de aves eligen pareja a partir de sutiles diferencias de color en las plumas, y algunos insectos ven los colores que las flores reflejan), se calcula que solo el 1 % de los seres humanos lo presentan.

“Veo muchos matices de sombras y más colores bajo luz tenue”, afirma Jesús. “Si tú y yo vemos una hoja de árbol, yo percibo el color magenta en el borde de ella, o turquesa en algunas partes donde tú solo ves verde oscuro. Cuando la luz proyecta sombras en las paredes, veo los colores violeta, lavanda y turquesa. Tú solo ves grises”.

“Ella ve el mundo de manera distinta a como lo vemos nosotros”, dice la neuróloga Wendy Martin, quien ha estudiado el caso de Jesús.

Cuando era niña y vivía en Bolivia, sabía que tenía una visión excepcional. A los siete años pintó copias muy parecidas a los cuadros de los famosos pintores Van Gogh y Monet. Ahora se gana la vida como pintora e instructora de arte en San Diego, California, adonde se mudó con su esposo. Los colores que ve en la flora y la fauna del sur de California, Jesús los pinta en sus cuadros .

Hace algunos años, Jesús se ofreció como voluntaria para estudios científicos, con el deseo de que estos contribuyan a una mejor comprensión del daltonismo (enfermedad de la vista que impide distinguir con claridad ciertos colores) que afecta a su hija de 12 años. El daltonismo tiene por causa el mismo cambio genético que el tetracromatismo. “Quiero que todos se den cuenta de lo hermoso que es el mundo”, dice Jesús.

Aunque su experiencia visual es extraordinaria, ver tantos colores le genera una desventaja: la saturación de la vista. “Cuando despierto y miro por la ventana, lo hago solo unos momentos porque no puedo dejar de ver todos los colores del exterior”, dijo en una entrevista por la televisión. “Veo todos los colores en el piso de madera cuando voy al baño, y distingo todos los tonos distintos de la pasta de dientes.”

Ir al mercado es “una pesadilla”, prosigue Jesús. Todos los puestos son “un bombardeo de colores”. Tal vez a causa de esto, dice que su color favorito es el blanco. “Es apacible y muy relajante para mis ojos”, expresa.

—¡En nombre de Dios!, ¿qué significa todo eso? —grité. El rostro de Fonseca parecía consumido por el horror. Entonces, comenzó a contarme entre tartamudeos su increíble confesión: —Es más fuerte que yo, incluso muerto… Yo creía que no podría regresar después de haberlo enterrado en trozos en una docena de sitios diferentes. Él había alcanzado un conocimiento y un poder superiores a los míos. Por eso lo odiaba. Odiaba a Gabriel. Hasta que llegó un momento en que no pude soportar más y lo maté. Maté a mi hermano gemelo. Pero él ha regresado noche tras noche con la intención de matarme como yo lo maté. Corrí horrorizado a mi habitación y empecé a hacer la maleta. Ahora entendí por qué el hombre no quería vivir solo. De pronto, oí un ruido de pasos lentos que subían las escaleras. Se me heló la sangre. Siguió un sonido espantoso de madera destrozada, y, más fuerte aún, el grito de un hombre en el más extremo grado de terror. Segundos después, el grito se apagó en un repentino silencio. No fue mi propia decisión, sino otra voluntad más fuerte, la que me impulsó a ir a la habitación de Fonseca. Ahí vi la silueta de una sombra monstruosa e inmóvil, con una sierra en la mano, como si examinase su trabajo terminado. Luego, súbitamente, vi cómo la sombra se fragmentó en múltiples sombras diferentes. Yo sabía con certeza lo que encontraría dentro de la habitación: el doble montón de trozos humanos; unos, frescos y sanguinolentos, otros ya azules y manchados de tierra. Abandoné rápidamente ese lugar, y eché a correr por la casa, hasta salir a la oscuridad de la noche.