VIOLENCIA EN LAS RELACIONES ENTRE ADOLESCENTES

Cyberbullying entre adolescentes: prevalencia y características de los agresores. Junto a las formas tradicionales de acoso entre iguales, ha venido surgiendo y aumentando, en los últimos años, una nueva modalidad de maltrato y de intimidación entre adolescentes. Se trata del acoso a través de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación que supone el uso, por parte de un individuo o grupo, de medios electrónicos, tales como teléfonos móviles, email, conversadores, redes sociales, blogs y páginas web, para acosar deliberada y reiteradamente a alguien, mediante ataques personales, difamaciones u otras formas. La creciente disponibilidad de internet y de teléfonos móviles proporciona nuevas vías que algunos adolescentes utilizan para provocar daño y causar angustia en sus iguales (García-Pérez, 2011; Keith y Martin, 2005). Esta nueva forma de acoso tecnológico ha sido denominada por la literatura científica principalmente como cyberbullying (Campbell, 2005; Genta, Brighi y Guarini, 2009; Katzer, Fetchenhauer y Belschak, 2009; Patchin y Hinduja, 2006; Smith et al., 2008; Willard, 2007), habiéndose utilizado también otros términos, como online bullying (Nansel et al., 2001) o electronic bullying (Raskauskas y Stoltz, 2007).

Este nuevo tipo de maltrato entre adolescentes ocurre en una sociedad en la cual las tecnologías tienen un papel cada vez más central en la mayoría de las actividades de la vida cotidiana, y cuyos jóvenes han crecido en un medio relacional marcado por la tecnología (Li, 2006; Oblinger y Oblinger, 2005; Tokunaga, 2010). Como afirma Walker (2010), el acoso entre iguales a través de medios tecnológicos se nos presenta como un «efecto tóxico secundario» del uso generalizado de la tecnología en nuestra sociedad. De ahí, la importancia de investigar ciertos usos inadecuados de las nuevas tecnologías, que bien manejadas, presentan enormes beneficios para el adolescente y su socialización e integración social (Subrahmanyam y Greenfield, 2008; Veen, 2003).

El cyberbullying se ha definido como una «una conducta agresiva e in tencional que se repite de forma frecuente en el tiempo mediante el uso, por un indi viduo o grupo, de dispositivos electrónicos sobre una víctima que no puede defenderse por sí misma fácilmente» (Smith, Mahdavi, Carvalho, Fisher, Russell, y Tippett, 2008). Las formas de maltratar a través de las nuevas tecnologías (principalmente, con internet y el teléfono móvil) son múltiples y pueden clasificarse en varios tipos. A este respecto, Willard (2006) establece una tipología, proponiendo ocho tipos principales de conductas de acoso clasificadas según la acción realizada por el agresor: a) envío de mensajes ofensivos, increpaciones, ridiculizaciones o material pornográfico no deseado; b) envío de mensajes amenazantes y coacciones; c) difusión entre terceros de rumores difamatorios sobre la víctima; d) difusión entre terceros de información confidencial sobre la víctima o de imágenes degradantes; e) sonsacamiento de información confidencial de la víctima, haciendo que la difunda entre terceros; f) exclusión deliberada de la víctima en redes sociales; g) comunicación con terceros haciéndose pasar por la víctima para dejarla en evidencia; h) discusión airada en conversadores online, con descalificativos y agresividad verbal.

El cyberbullying comparte con el acoso tradicional la característica de ser una conducta intencional, repetida, hostil y dirigida a causar daño (Buelga, Musitu y Murgui, 2009; Katzer et al., 2009; Smith et al., 2008). Como explica Li (2007), el cyberbullying es un «viejo problema en un nuevo envase», pues reproduce situaciones que ya eran comunes entre los adolescentes en los centros escolares. De hecho, Li (2006) y otros autores como Buelga, Cava y Musitu (2010) sugieren también que los problemas de bullying en el contexto escolar se trasladan y continúan en los espacios virtuales, acentuando la relación desigual y de abuso de poder entre la víctima y el agresor. Es inherente a cualquier situación de bullying el desequilibrio de poder entre acosador y acosado, así como que éste se sienta atemorizado por la intimidación intencionada y repetida de aquél (Olweus, 2006; Rigby, 2002). Las propias características de los medios tecnológicos confieren al cyberbullying un potencial dañino aún mayor, pues se hace más fácil el acoso y se incrementa, de manera importante, el distrés psicológico de la víctima adolescente (Gradinger, Strohmeier y Spiel, 2009; Spears, Slee, Owens y Johnson, 2009; Tokunaga, 2010; Willard, 2006; Ybarra, 2004), convirtiéndose esta modalidad en un problema emergente de salud pública (Bickham y Rich, 2009; David-Ferdon y Feldman, 2007; Kowalski y Limber, 2007; Monks et al., 2009).

En efecto, el mencionado desequilibrio de poder es muy elevado en el cyberbullying, pues el agresor controla la situación aun sin tener que exponerse ante su víctima. El anonimato que el medio tecnológico permite, facilita la conducta hostil e incrementa la experiencia de humillación en la víctima (McKenna, 2007; Monks et al., 2009; Walker, 2010). Tal sentimiento de indefensión y vulnerabilidad se hace más patente al no existir lugares seguros para evitar las ciberagresiones, pues la víctima no podrá huir, defenderse o evitar el acoso cuando esté recibiendo constantemente mensajes en su móvil u ordenador, o cuando esté siendo repetidamente difamada en cualquier espacio público de la red (Katzer et al., 2009; Kowalski y Limber, 2007; Smith, Mahdavi, Carvalho y Tippett, 2006). Además, la difusión entre terceros de contenidos vejatorios puede alcanzar rápidamente una audiencia muy grande de espectadores −generalmente, otros adolescentes−, aspecto que también lo diferencia del acoso tradicional cara a cara (Bickham y Rich, 2009; Huesmann, 2007). Estos espectadores pueden visionar la agresión un número indefinido de veces, pues los mensajes o imágenes difundidos en internet o por teléfono móvil pueden ser recuperados por la audiencia una y otra vez, lo cual hace que el impacto de la agresión permanezca en el tiempo, ampliándose los efectos dañinos sobre la víctima (Mora-Merchán, 2008).

Un interés creciente en la investigación actual consiste en estudiar la prevalencia del cyberbullying, (Burgess-Proctor, Patchin y Hinduja, 2009; Garaigordobil, 2011; Kowalski, Limber y Agatston, 2010; Raskauskas y Stoltz, 2007; Schultze-Krumbholz y Scheithauer, 2009), aunque la variación entre trabajos es muy notable. En efecto, la incidencia del cyberbullying varía de un estudio a otro, entre el 5% y el 34% (Buelga et al., 2010; David-Ferdon y Feldman, 2007; Defensor del Pueblo, 2007), lo que dificulta considerablemente la comparación entre estudios tanto en un mismo país como entre países diferentes. Las razones que explican estas diferencias se deben a que no existe todavía un acuerdo con respecto a la propia definición de cyberbullying, ni tampoco con respecto a las variables medidas −incluyendo el medio de acoso y el rol de los sujetos: víctima, acosador, víctima/acosador−, a la forma de operativizar esas variables, ni con los instrumentos utilizados. Muchos trabajos evalúan la ocurrencia del cyberbullying de una forma genérica, sin especificar el tipo de agresión electrónica realizada (Calvete, Orue, Estévez, Villardón y Padilla, 2010). En todo caso, aun con estas limitaciones que deben tenerse en cuenta, son necesarias nuevas investigaciones que estudien con rigor la prevalencia del cyberbullying, que muestra ser un creciente problema mundial de los países desarrollados (Kowalski et al. 2010).

Ciertamente, en el estudio pionero de Finkelhor, Mitchell y Wolak (2000) en los Estados Unidos, la prevalencia de adolescentes acosados a través de inter-net era del 6% . Sin embargo, en un informe posterior, estos mismos investigadores destacan un incremento del 50% en los casos de acoso tecnológico entre los años 2000 y 2005 (Wolak, Mitchell y Finkelhor, 2006). Por su parte, Smith et al. (2006) constatan que el 22.2% de adolescentes ingleses han sido víctimas de cyberbullying en los dos últimos meses, con un 5.5% de adolescentes acosados de forma severa con una intensidad de una vez por semana o más. En España, Buelga, Cava y Musitu (2010) encuentran en un estudio reciente con 2101 adolescentes españoles, un 24.6% de adolescentes que han sido acosados por el móvil en el último año, y un 29% por internet, siendo la duración de este acoso para la mayoría de estas víctimas, menor a un mes. Estos últimos autores, como Li (2007) y Navarro (2009), observan que internet es el medio tecnológico más utilizado para agredir a los iguales. Cuando la duración del acoso se prolonga en el tiempo, tanto internet como el teléfono móvil (Buelga et al., 2010; Katzer et al., 2009) son utilizados para acosar a los iguales. La investigación de Ortega et al. (2008) establece que la modalidad más frecuente de cibervictimización es a través de conversadores como chats o Messenger, con un 14.8% de adolescentes victimizados entre los encuestados, seguido con un 4.3% por mensajes telefónicos, un 2.8% correo electrónico, un 2.7% llamadas al teléfono móvil, un 1% difusión de imágenes y vídeos en el móvil, y un 0.4% en páginas web.

Por otra parte, con respecto a los agresores de cyberbullying, los trabajos que han analizado esta cuestión son todavía muy escasos (Kowalski et al. 2010). En el estudio de Smith et al. (2006), los autores señalan que un 25.3% de los adolescentes manifiesta haber realizado uno o dos actos de agresión por internet, y un 16.6% por móvil, en los dos últimos meses, mientras que, en un acoso de tres o más veces en ese periodo, los porcentajes de adolescentes implicados son 4.4% a través de internet y 3.3% por teléfono móvil. En otra investigación, Schultze-Krumbholz y Scheithauer (2009) concluyen que un 15.5% de los adolescentes han acosado a través de internet, y un 8.5% por el teléfono móvil, en ambos casos en una medición de al menos tres veces al mes. En España, Calvete et al. (2010) encuentran que el 44.1% de los adolescentes ha realizado alguna conducta de cyberbullying. Las conductas de ciberacoso más frecuentes son apartar intencionalmente a un compañero de un grupo online (20.2%), escribir bromas, rumores, chismes o comentarios para poner en ridículo a un compañero en internet (20.1%), y usurpar la identidad de la víctima para crearle problemas (18.1%).

Por lo que respecta a las relaciones entre cyberbullying y edad, las investigaciones sugieren que la etapa más crítica de victimización es la adolescencia temprana, observándose una disminución de estos comportamientos en la adolescencia media (Kowalski y Limber, 2007; Li, 2006; Smith et al., 2008; Williams y Guerra, 2007; Worthen, 2007). En este sentido, Buelga et al. (2010) encuentran en su estudio, una mayor incidencia de victimización por acoso tecnológico en los dos primeros cursos de enseñanza secundaria obligatoria, con una disminución del cyberbullying en el ciclo superior de enseñanza secundaria. En esta misma dirección, trabajos científicos realizados en España, como los del Defensor del Pueblo (2007) y los estudios de Cava, Buelga, Musitu, y Murgui, (2010) sugieren que, en general, el bullying entre adolescentes desciende progresivamente con la edad, siendo más destacada la disminución de victimas y de agresores en los dos últimos cursos de Enseñanza Secundaria Obligatoria.

Sin embargo, los datos no están tan claros como en la victimización y cibervictimización, en lo que respecta a los agresores de cyberbullying. De acuerdo con Williams y Guerra (2007), la mayor incidencia de ciberagresores se sitúa aproximadamente en la edad de los 13 años. Por su parte, Ortega et al. (2008) no encuentran diferencias significativas entre edades en los roles de agresores y víctimas, aunque sí encuentran una ligera tendencia que indica que la mayoría de los ciberagresores están en los dos últimos cursos de Educación Secundaria Obligatoria mientras que la mayor parte de las cibervíctimas están en los dos primeros cursos de secundaria. Por otra parte, Calvete et al. (2010) constatan que la mayor prevalencia de agresores electrónicos está en segundo y tercer curso de enseñanza secundaria obligatoria; entre los 13-15 años. Por otro lado, Garmendia, Garitaonandia, Martínez-Fernández y Casado (2011) sugieren que mientras que el ciberacoso severo (más de una vez, por semana) es más frecuente en la adolescencia temprana, el ciberacoso de intensidad moderada (menos de una vez por semana) lo es, en la adolescencia media.

En cuanto a las diferencias de género en el cyberbullying; los pocos trabajos realizados hasta el momento tampoco son coincidentes en sus resultados. Algunos estudios señalan que no hay diferencias en la cibervictimización entre sexos (Didden et al., 2009; Hinduja y Patchin, 2008; Juvoven y Gross, 2008; Katzer et al., 2009), mientras que otros encuentran más víctimas entre las chicas que entre los chicos (Buelga et al., 2010; Burgess-Proctor et al., 2009; Dehue, Bolman y Vollink, 2008; Kowalski y Limber, 2007; Ortega et al., 2008). En relación a los cyberbullies, parece haber más acuerdo en la literatura, en indicar una mayor prevalencia de agresores varones (Li, 2006; Navarro 2009). En esta línea, Sourander et al. (2010) indican que el 16% de chicas son acosadas por chicos y sólo el 5% de los chicos son agredidos por chicas. Esa misma tendencia hacia una mayor incidencia de chicos en el rol de agresores severos y moderados es resaltada por Ortega et al. (2008). Por otro lado, Calvete et al. (2010) indican que los chicos con respecto a las chicas cometen más ciberagresiones relacionadas con las conductas de grabar y difundir imágenes degradantes sobre la víctima, así como en enviar contenido sexual no deseado y molesto.

También existen diferencias de género en cuanto a la intensidad de las agresiones cibernéticas, de modo que el ciberacoso severo (más de una vez a la semana) es realizado más frecuentemente por los chicos, y el acoso moderado (menos de una vez a la semana) por las chicas (Garmendia et al., 2011). Garmendia et al. (2011) indican que el 2% de los chicos y el 1% de las chicas realizan agresiones cibernéticas más de una vez a la semana, mientras que, con una frecuencia de una o dos veces al mes, los porcentajes son el 2% de los chicos y el 4% de las chicas. Del mismo modo, Kowalski et al. (2010) señalan que un 14% de las chicas y un 10% de los chicos han acosado a sus iguales de forma moderada durante los dos últimos meses a través de internet, mientras que el 1,1% de chicas y el 2% de chicos han agredido de forma severa.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, el objetivo del presente estudio ex post facto fue analizar la prevalencia de agresores de cyberbullying, en una muestra representativa de alumnos españoles de Educación Secundaria Obligatoria. Se estudiaron también las diferencias de género y de curso según el tipo de agresiones cibernéticas realizadas por el adolescente.

Debido a la novedad del fenómeno del cyberbullying, el presente trabajo contribuye a ampliar el conocimiento que se tiene sobre este problema emergente en nuestro país. Se trata de un problema social que suscita una creciente preocupación en la comunidad científica, y que responde a los nuevos tiempos de una sociedad que cada vez hace un mayor uso de las nuevas tecnologías (Oblinger y Oblinger, 2005), siendo los adolescentes los protagonistas de esta nueva generación red.