Los problemas de los otros peruanos

Las encuestas dicen que la inseguridad ciudadana es el tema que más preocupa a los peruanos (un problema tan agudo que incluso ha generado una campaña ligada con el fujimorismo y que consiste, para variar, en naturalizar la violencia como antídoto contra la violencia). Cuando esas encuestas hablan de inseguridad ciudadana se refieren a la multiplicación de los asaltos callejeros, los atracos en establecimientos públicos, las modalidades de robo en domicilios y locales comerciales, y al hecho de que incluso los delitos más anodinos se cometan hoy a mano armada. Ese concepto de inseguridad ciudadana está asociado con nuestra idea de que ciudadanos son quienes viven en las ciudades, sujetos a su violencia. El problema, entonces, es el crecimiento de la criminalidad en Lima, donde vive un tercio de los peruanos, y cinco o seis otras ciudades populosas, y la aparición de bandas criminales en urbes medianas donde hasta hace poco la delincuencia no era organizada o era menos violenta. Eso significa que, como lo entendemos, el problema de la inseguridad ciudadana es el más preocupante en un universo que agrupa a la mitad de los peruanos. No es el que más angustia a la otra mi-tad, que vive en ciudades pequeñas o en pueblos o en caseríos, incluyendo al 23% que vive en zonas rurales. Por tanto, además de combatir el problema, que es real, tenemos dos tareas más por delante. La primera es dejar de usar el término inseguridad ciudadana, que parece implicar que los únicos ciudadanos son los de las urbes mayores. El segundo es enterarnos de cuáles son los problemas más angustiantes para la otra mitad de los peruanos, esos a quienes la prensa llama «pobladores» o «habitantes», como si pertenecieran a otra categoría, una tan secundaria que ni siquiera sabemos, los demás, qué cosas entienden ellos como sus peores problemas. Por cierto, algo más que ignoramos es cómo perciben esos peruanos su propia seguridad, porque no sólo en las urbes se tiene derecho a vivir seguro.