La fiesta de disfraces
Aurora era prima de mi mamá. Tenía setenta años, pero no se le notaba: desbordaba energía. Le encantaba organizar fiestas, animar a los tristones y cuidar a los enfermos.
Pero, un día, Aurora no apareció por la casa a la hora de costumbre. Un rato más tarde, recibimos un llamado del hospital: Aurora estaba internada. Estuvo varios días en terapia intensiva y luego la trasladaron a una habitación común. Nos turnábamos para acompañarla y darle de comer, aunque ella se negara.
Una mañana, la encontré sentada, muerta de la risa. Conversaba animadamente con el aire; no había nadie más en la habitación. Ella mantenía la charla, se reía a carcajadas y yo me desesperaba: no sabía qué hacer. Me sentía desconcertada, pero las enfermeras entraban y salían de la habitación como si nada pasara. Le pregunté al médico sobre el comportamiento de Aurora y me contestó que era el efecto de la medicación.Así continuó, día tras día, charlando con sus visitantes imaginarios, hasta que una mañana logré interrumpir la conversación.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Me están organizando una fiesta de disfraces —dijo.
—¿Quiénes?
—Toda esta gente que vino a verme. ¡Son tan divertidos!
—¿Qué gente? —Si no fuera porque me sentía observada, hubiese pensado que Aurora se había vuelto loca—. ¿Cuándo será la fiesta?
—Espera que les pregunto —Sonrió mientras yo esperaba la respuesta. La situación me producía escalofríos. Estar junto a una persona que conversaba con una pared no me causaba ninguna gracia.
—El sábado 23 a las ocho de la noche. Están todos invitados. Tú ocúpate de la comida y haz tarjetitas invitándolos a todos.
—No sé si nos vayan a dejar. Esto es un hospital.
—Dicen que no va a haber problema. Que las organizan todos los días. ¡Ah!, tienen que venir todos con sombrero. Es el requisito para entrar.
—Y tú, ¿de qué te vas a disfrazar?—le pregunté.
—¿Qué te parece de hada? ¿Es muy común?
—No, está bien. Si te gusta, serás un hada —respondí.
—Tráeme un sombrero bien alto, con bastante tul en la punta. Pégale estrellitas brillantes.
Cuando salí, en la puerta del hospital había un grupo de gente disfrazada. Parecía que en ese hospital las autoridades no tenían problemas ante ese tipo de eventos.
Le comenté a la enfermera de turno sobre la fiesta del sábado y me miró sorprendida. Volteó hacia Aurora, volvió hacia mí y dijo:
—Yo pensé que estaba mucho mejor —agregó—: ¿A qué hora?
—En la noche. Alrededor de las ocho.
—Justo es mi turno —dijo—. Gracias por avisarme, así me prepararé para lo peor. —Se dio media vuelta y se fue.
«Obvio que está mejor, si no, ¿para qué organizaríamos una fiesta?», pensé. Puse manos a la obra. Compré un disfraz de hada y le armé el sombrero tal y como lo quería. El día indicado nos encontramos todos en la puerta del hospital y subimos tratando de no hacer ruido. De pronto, recordé que, con el apuro de preparar todo y recoger la comida, había olvidado traer el disfraz de Aurora.
—¡Un momento! —grité—. ¡Olvidé el disfraz de Aurora!
Ya habían abierto la puerta de la habitación de Aurora pero la cama estaba vacía. De pronto, la enfermera de turno se acercó rápidamente:
—¿Están listos para la fiesta? —preguntó, con proverbial sequedad.
—¡No! Olvidé el disfraz de Aurora. Pero mandaré a alguien a buscarlo…
—La hora señalada ya pasó. Queme el disfraz —respondió seriamente, luego agregó—: Aurora sufrió un paro cardíaco, pero va a estar bien.
Lo primero que hice al llegar a mi casa fue quemar el disfraz, algo que Aurora jamás me perdonó. Pero valió la pena: al día siguiente, estaba en perfectas condiciones aunque enojada, muy enojada conmigo. Decía que le había arruinado la fiesta,
que sus amigos habían desaparecido por mi culpa, que era una desconsiderada… en fin. En pocos días le dieron de alta y volvió fresca como una lechuga a su casa.
Sus amigos invisibles habían desaparecido por completo.
Tal vez, ahora, estén organizando otra fiesta de disfraces en alguna habitación del hospital.
Recuperado y adaptado de https://cuentos-infantiles.idoneos.com/cuentos_de_terror/